miércoles, 19 de noviembre de 2014

Paz

¿A partir de cuándo está bien rendirse?

Tengo muchos años peleando y francamente nunca me ha gustado la lucha a muerte, probablemente es por eso que soy tan eficiente matando a mis enemigos, detesto el conflicto, quiero que termine rápido: dales una falsa sensación de seguridad, incitalos al ataque frontal, haz que pierdan el equilibrio, mata.
Pelear por matar nunca ha sido entretenido, no hay aprendizaje, no hay rivalidad, sea que la muerte termina todo o que la muerte nos lleva a otro lado, matar a tu enemigo termina la relación, lo que quiera que aprendiste de ese duelo, el lo último que tu rival enseñará en vida.

Cuando lucho contra alguien que no me esta enseñando mucho trato de vencerlo sin matarlo, pero lo terrible de luchar a matar es que te enseña a ver este tipo de misericordia como debilidad, al final los termino matando, cuando tratan de matarme, casi nunca se rinden.
Los pocos que se rinden se van vencidos, deshonrados, como si su derrota sin muerte resultara vacía y una mancha, como si no fueran ahora mejores guerreros. Algunos regresan a sus tierras esperando ser humillados y maltratados, otros se van en otra dirección, buscando una nueva vida de paz, dejando de lado el "honor" y el "deber".

Mi señora me dijo alguna vez que si algún día ya no quería luchar, que simplemente me vaya, a donde quisiera, que haga una vida diferente lejos del bosque, que cuelgue mi espada, que escuche otros ruidos, que toque otras melodías. Yo no soy como los que se rinden en combate, cuando lucho contra alguien mejor que yo trato de aprender y de matarlo lo más pronto posible, he estado cerca de la muerte, he logrado volver, he sido vencido nunca derrotado. El día que eso suceda deberé escoger entre mi muerte y construir una vida nueva, una vida en la que luchar no sea una opción, cuando me levanto me pregunto si será el día que alguien por fin me derrote, a veces, sueño con ese día con ansias y me pregunto qué decidiré.

Yo cuido lo que es más sagrado, el árbol junto al manantial, el manantial cerca al claro, el claro en el centro del bosque, el bosque en el corazón del valle y el corazón mismo del valle en medio del árbol. Cada año durante la era del rey de cristal los reyes de varios reinos y los nobles del reino venían a escuchar el canto de mi espada, los señores de otro reino traían al más grande de sus caballeros a probarse conmigo en un combate para entretener a los reyes, aprendí mucho en esa época y mi espada nunca cortó el viento como ante la princesa solitaria, que venía de ningún reino y sin campeón alguno.

Fue en esos años que conocí al guerrero andante, fuera de mi maestro, quién más me enseñó. Llegó una tarde de primavera, yo practicaba una sonata, y el sonido del viento cortado daba vueltas en el aire. Las aves estaban en silencio, el manantial calmaba a los sonidos del bosque y los insectos se habían detenido a escuchar; sólo por eso logré escucharlo acercarse, sólo por eso no fui vencido en el primer intento. El andante me contó sobre las batallas en las que había luchado, los guerreros guardianes a los que había vencido antes de pelear conmigo, los maestros que le habían enseñado. Nunca antes había llegado al corazón del valle un guerrero que me venciera, nunca antes había venido un guerrero que viniera a vencerme y no a robarse lo más sagrado.

Tiempo después fue que hablé con la nueva señora y me dijo que podía irme, que los reinos ya no existían, que lo sagrado ya no tenía significado y que el reino había decidido liberar a los guardianes. Cuando dice danzar a mi espada la señora no escuchó la música y me dijo que era libre de quedarme aquí si así lo quería, pero que no era ya cuestión del reino.

Durante años no vino nadie a retarme o a visitar el lugar sagrado. Durante mucho tiempo solo me acompañaba mi espada y mi su cantar, a partir de ese momento me comencé a preguntar cuándo debía rendirme, si mi lucha ya no significaba, si no había nadie con quien luchar. Esto me llevó la época de preparación, cuando me sacaron del templo del maestro críptico y me mandaron a viajar y aprender de los otros guardianes. Cuando me enseñaron la importancia de lo sagrado, que mi vida estaría ligada eternamente a aquello que cuido y a mi espada cantarina.

Vengo escuchando rumores de que los guardianes han ido cayendo en los otros manantiales, muchos de ellos amigos míos, me pregunto si habrán caído luchando o si se habrán rendido. Un hada me regaló un sueño en el que me mostró que pronto tendría mi última batalla, así que me puse a entrenar y mi espada sigue cantando...

El tiempo se acaba, escucho que vienen de todos lados, pero otros pueden rendirse, buscar la paz y la armonía, yo cuido lo más sagrado y si me debo ir, me iré como debe irse el último de los guardianes.

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