Cuando me desperte por primera vez estaba acorralado por mis hermanos, iguales a mi, en un cilindro que nos rodeaba y unía de forma tan ceñida que el movimiento era imposible.
No conocia nuestro orden de nacimiento hasta aquel momento en el que la señorita, elegantemente vestida, rompió el cilindro y contó: "ciento trinta y uno, ciento treinta y dos, ciento treinta y tres soles, señor, gracias por preferir nuestro servicio".
Una mano sudorosa me tomo junto a mis dos hermanos mayores y reflejando la luz sobre nuestros plateadas superficies fuimos a pasar con el resto de dinero en un espacio de cuero que se sumio en la oscuridad al poco tiempo de que entramos.
A las pocas horas fui extraido del lugar de cuero, "tu pasaje" dijo el hombre de la mano sudorosa, pase de la mano sudorosa a una mano pequeña, pequeña amarilla mano, que me metio, junto a un primo del mismo tamaño, en un bolsillo blanco transparente en el lado izquierdo de su camisa.
"¡Que chevere, esta nuevecita!" susurró mientras me sacaba del bolsillo y me miraba anonadado. me daba vuelta sobre su mano, viendo la cara y el sello, cuando cruzó la puerta de su casa su mamá le advortio que mirara la pista y que guarde su plata, asi lo hizo.
Ya en el bus me volvió a sacar para seguirme viendo, cuando se acerco un hombre con otra mano sudorosa el niño de la mano amarilla saco a mi primo y lo puso en la sudorosa mano con un apendice negrusco en la uña crecida del dedo pequeño.
El hombre sudoroso, todo él ahora sudoroso, sacó de un estuche de cuero colgado de su cintura, el que sonaba como miles de primos míos, a uno muy parecido a mí, pero más pequeño, lo puso en la mano del niño, en la mano del niño que no me tenía, y se fue.
El niño miró al más pequeño unos momentos, le dio unas vueltas sobre su palma y lo guardó en el bolsillo blanco transparente de donde habia sacado a mi primo. Me siguió mirando hasta que tuvo que bajar del bus.
"No la voy a gastar hasta que tenga una más nueva, ¡mira cómo brilla!" Le dijo a otro niño haciendo reflejar al sol sobre mí. El otro niño me miraba embelezado. "Yo tenía un ferro que tambien brillaba, pero nunca una luca ¡qué chevere!"
Un niño grueso los miraba desde una banca al medio del patio, sonrió al verme brillar, el lunar al lado de su boca se torno malevolo, se paró, corrió hasta los niños y tomó su pequeña mano entre su mano sudorosa. "¡Dame!" gritó.
El niño gordo me puso en su negra mano sudorosa, me daba vueltas sobre su palma, luego me metió en un bolsillo negro, en su pantalón, mientras se alejaba del niño que lloraba en el suelo. El amigo del ferro brillante lo consoló hasta que la campana sonó.
Durante horas estuve metido en el sudoroso bolsillo del niño, podía sentir el calor de sus piernas en mi, podia sentir como se iba mojando todo al rededor mientras el tiempo pasaba, mientras el niño escuchaba clase, mientras jugaba fútbol, mientras le pegaba a otros niños.
Al momento que la campana sonó el niño grueso me sacó de su bolsillo, me miró sorprendido y se acerco al niño de la mano amarilla. "Ya no brilla, toma tu moneda, ya no la quiero". El niño de la mano amarilla me comenzó a dar vueltas sobre su palma mientras lloraba, triste, furioso.
Cerró su mano sobre mi y me lanzó con todas sus fuerzas, caí en la pista y rebote, una, dos, tres veces, entonces me quede ahí, inerte, ahora amarillo, sin poder reflejar el sol para que alguien me viera y m recoja, el sudor del niño grueso me había hecho invisible.
Durante días los autos pasaban sobre mí, me aplastaban, me arrastraban poco a poco, me sentia cada vez más plano y más amplio. A veces me daban por un costado y me hacían saltar más cerca o más lejos de la acera, hasta que un buen día un bus me hizo saltar y caer en la vereda, rebote una, dos y tres veces otra vez, el piso duro de la vereda me hizo sonar metalicamente. Un niño que reía mientras pateaba una botella, me escuchó rebotar y me recogió con una sonrisa en los labios.
Fue corriendo donde una señora que vendía unos tubos fríos y de colores. "Deme un marciano de fresa, seño", dijo en niño. Me puso en la mano de la señora mientras mientras con la otra mano recibía un tubo rosa.
La señora me dió vueltas en su palma arrugada sin soltar el tubo, llamado marciano. "Lo siento papito", dijo la señora mientras me devolvía al niño y le quitaba al niño el tal marciano, "esa moneda no sirve ni para llamar por teléfono, trata de pasarla en otro lado".
Escrito por una moneda que tampoco sirvió para comprar un café
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2 comentarios:
una vez, le dije al taxista (cuando la tarifa era de 9 soles) tengo 7 y una moneda de 5 falsa, vao? y aceptó. Subí un mi moneda de 5 de valor 0 adquirió un valor de 2.
probablemente el taxista le dio un valor de 5 con una señora que vende cigarros en algun lugar de la marina en una canasta con ruedas
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