Tres generaciones de madres estaban sentadas en la mesa, una tejía un manto, otra sus memorias y la última, sus sueños.
- ¿Qué hace a un buen padre o madre? - preguntaba la mayor mientras tejía.
- Lo más importante son los modales, - dijo la del medio mientras daba indicaciones a los niños que preparaban el lonche - mis hijos siempre supieron comportarse delante de la gente, nunca me hicieron escenas, son profesionales respetables.
Ninguna era madre de alguna, aunque los lazos de sangre las unía no eran madre e hija y se podía notar en la conversación, cierta competencia, cierto orgullo.
- Yo creo que lo importante es el amor y los estudios, que se sientan queridos y protegidos, que sepan que estaré ahí para ellos... - decía la más joven mientras la del medio la miraba incrédula - Y los estudios... deben aprender y lograrse... deben superarnos, eso siempre me enseñaron y eso quiero para mis hijos.
- Por eso no puedo llevar a mis nietos a la calle, - dijo la del medio con cierta malicia - no pueden vivir sin estructura, no pueden crecer sin disciplina. El amor se demuestra con la formación, no en los premios y besos...
El miedo hizo que la más joven decidiera quedar un momento en silencio... Miraba sus notas, leía y releía sin inspirarse a una buena respuesta, finalmente dejó que el silencio se asiente en el ambiente.
- El miedo es importante, - dijo la mayor mientras tejía - te da la ilusión de la verdad, la ilusión de control, la ilusión de que todo estará bien... Y todo estará bien... No es una ilusión... Ahora que si crees que estará bien porque les das miedo, entonces estás ciega a tu realidad, estás ciega a tus decisiones.
Dejó que el silencio asentara sus palabras sobre las otras dos y cuando sus rostros mostraban algo de comprensión continuó.
- Han pasado muchos años desde que la última de mis hijas se fue de casa, se fue formada, se fue con amor, se fue con estudios y se fue con miedo... Estaba lista para partir, tenía muchos sueños, tenía un gran amor... la extrañé cuando se fue, la extraño aún, los extraño a todos...
- El último día que estuvo en casa nos sentamos a ver el árbol de higos del jardín- siguió -, ella me contaba sobre su próximo viaje y yo decidí contarle sobre los tres guacamayos...
Durante mi primer embarazo, una tarde se posaron tres guacamayos en la rama más grande y se pusieron a comer los higos... Yo quería adoptarlos, eran hermosos, gigantes, con las plumas más brillantes y los colores más bonitos...
Por más que traté, nunca pude domesticarlos, venían a comerse los higos... pero no entraban en la jaula, no aprendían a hablar, no recibían mis regalos y nunca me hicieron caso...
Después de varias semanas me rendí, acepté que no eran míos, que siempre serían unos salvajes, que vendrían a comer e irse volando...
Cuando se terminaron de comer los higos se pusieron a gritar desde la rama... No había forma de hacerlos callar, tenían hambre y no había qué comer... Saqué un poco de fruta al jardín y por primera vez bajaron a comer de la rama.
Terminaron de comer y se fueron... pero al día siguiente volvieron a la misma hora para comer fruta. Durante el resto se la temporada vinieron a diario, siempre a la misma hora, siempre los tres guacamayos.
Luego de unas semanas uno de ellos llegó herido, le hice una pequeña guarida, lo cuidé por días y lo sané, cuando pudo volar de nuevo volvió a salir con sus "hermanos" y siguió con la rutina anterior.
Terminó la temporada y se fueron, volvió la paz y el silencio a mi jardín... Los extrañé mucho, pero al tiempo dí a luz y mi atención se fue al mayor de mis hijos.
Al año siguiente cuando comenzó la estación volvieron a comerse los higos y a gritar por fruta cuando terminaban con ellos... Mi esposo los quería pero me reclamaba el dinero de la fruta, siempre lo reclamó, pero nunca dejamos de gastarlo, eran parte de la familia y si bien no eran "nuestros", eran tan nuestros como iban a ser...
Mi hija recordaba feliz a los guacamayos, como recuerdos de su niñez, parte de los juegos en el jardín, parte de las anécdotas de verano con sus hermanos...
Durante más de veinte años vinieron los tres mismos guacamayos al jardín, a veces nacesitaban cuidado, a veces cobijo, la mayoría de veces sólo comida, pero siempre me encontraron y... si yo no estaba, alguien encargado por mi los atendía y les ponía las mismas canciones que yo les ponía...
Vuela por tus sueños hija, le dije mientras recordaba mis guacamayos, cuando el viento te traiga de vuelta si tienes hambre encontrarás higos... Y si no hay higos, habrá fruta... Y sí tienes frío te tejeré una manta...
Y sí has perdido el rumbo te llevaré al camino correcto, cargada o de las orejas, pero te ayudaré a encontrarlo...
Y si te olvidas de las lecciones, me encargaré de recordártelas... No pretendo que me necesites siempre, no pretendo que estés aquí siempre... Pero cuando me necesites, sé que me tienes en ti, sé que te llevas las lecciones y confío en que sabes por donde vuelas... Y que sabes por donde volver...
Levantó la mirada desde su tejido mientras terminaba de contar la historia...
- No sé qué quién tiene la razón entre ustedes, ambas tienen buenos argumentos... Pero es verano... si salen al jardin van a poder ver a los guacamayos... Son un montón ahora y cada año llegan más...
