El desierto
de los viejos telares es un lugar sagrado del viejo mundo, la leyenda dice que
los telares que guían entre las arenas a los viajeros, cuentan en sus viejos
escritos los haceres y pasares de quienes dejaron esta guía atrás, se dice que
aquellos que poseen ropajes tejidos con ese arte, pueden restaurar sus heridas,
calmar su sed y hambre, descansar la mente y vigorizar el cuerpo; además se
habla de personas que al susurrar las palabras adecuadas a las telas, te
entregan el conocimiento y el legado de quien las tejió.
La tormenta
de arena era una de aquellas, tratar de caminar en el desierto era dos pasos
adelante y uno atrás, los telares volaban alto en el aire y guiaban el camino;
cruzar el desierto nunca había sido tan tedioso… y la tormenta que no bajaba!
La princesa
que caminaba sentía toda la fuerza del viento sobre la tela que la protegía,
sus guardianes se enterraban en la arena para protegerse, a pesar de la
protección de la princesa, avanzar se hacía cada vez más difícil. Viajaba desde
lejos para ver las rayas del desierto, las que controlaban las tormentas, su
siguiente parada era la ciudad de Maldivia, la Lámpara del Oeste, sin embargo
las luces, que antes había visto, no aparecían en el cielo.
De pronto
un ruido como un trueno retumbó detrás de ella, giró hacia atrás y vio
acercarse entre la tormenta un peculiar carruaje arrastrado por traqueteantes caballos
de acero. Paró al lado de la princesa y
se abrió una portezuela, de la que un rostro entre preocupado y sonriente salió
gritando: “Entren rápido por favor, me dirijo a la luz del Oeste”.
Los
guardianes de la princesa gruñeron inicialmente, pero casi al instante notaron
que no había peligro y miraron a su señora esperando autorización; la princesa
sonrió y pasó.
…
“Tú eres el
escriba que viaja” dijo la princesa mientras bebía té “escuché de ti”. El
escriba dejó su café sobre la mesa de centro y sonrió: “y tú eres la princesa
que camina, también escuche de ti”. Estuvieron en silencio un momento más, el
desierto tiene esta forma generar un silencio en el alma. Luego echaron a reír,
hablaron de la academia de magia, de los mentores y los hombres de ciencia. Entonces
conversaron del desierto.
El escriba
viajaba para explorar a los moradores del desierto, había leído sobre los
hombres de los ojos lunares y las mujeres de las lámparas azules y quería
verlos más de cerca, mirando por la ventana del carruaje agregó “Además, era
hora de conocer el desierto”. La princesa le contó sobre la interminable
tormenta y los peligros que había pasado en el desierto, lo ferales que estaban
las criaturas y lo incómodo que parecía sentirse este desierto.
La ayudante
del escriba se acercó caminando por distintos recovecos de las paredes trayendo
una pieza de papel en su boca, había salido de algún lado y aterrizó en el
hombro del escriba. El escriba la acarició y recibió el papel que le había
traído: “siempre justo lo que necesito en el momento en que lo necesito”
sonreía mientras su ayudante ronroneaba al ser acariciada.
“De acuerdo
a estas lecturas, parece que nos hemos desviado un poco de ruta y estamos
metidos en plena zona de rayas, sin embargo no he visto una sola”. La princesa extrañada
revisó el documento, luego de un rato miró por la ventana y concluyó “es la
tormenta”. La princesa sabía que las rayas no eran criaturas como otras, habían
tomado el cielo desde el agua, habían aprendido a nadar en la arena y controlar
los vientos con su baile; eran de las pocas criaturas de este mundo que podían
viajar a otros sin la necesidad de magia. Por alguna razón habían escogido el
desierto como hogar y por algún motivo controlaban la ira de las tormentas en
esta área, protegían a los secretos del desierto del olvido y la furia del
tiempo; y si las tormentas no se detenían, tribus circundantes desaparecerían.
El escriba
encendió alguno de los juguetes que tenía guardados dentro de su manto y se
puso a calcular la dirección del campamento nómade más cercano, “la tormenta
nos obliga a navegar sin cielo, por suerte existen otros ojos que podemos abrir”.
Cuando llegaron al campamento, la tormenta rugía con la mayor intensidad.
…
Los nómades
de ojos lunares se mudaron a las afueras del desierto hace mucho tiempo,
llegaron con sus cantos y la sed por la Luna que, de acuerdo a ellos, sólo se
puede ver realmente en las noches del desierto, cosa con la que el escriba
parecía estar de acuerdo. Para sobrevivir en el clima desolado y cruel del
desierto olvidado aprendieron a vivir bajo tierra, aprendieron a excavar con sus
garras y picas. Este campamento tenía una entrada debajo de una piedra que
llevaba a una enterrada construcción de los antiguos. El escriba cubrió la
carreta y descendieron.
“La noche nos elude” decía el viejo del centro
“, esta tormenta no deja de rugir desde hace muchos conciertos… (Los
observadores de la Luna miden el tiempo entre noche y noche en función de
medidas musicales – dijo el escriba al oído de la princesa –, pareciera que la
tormenta tiene semanas sin cambiar.)… nuestros cantares callan ante su fuerza y
las bailarinas del viento temen los gritos de los demonios del polvo, el
guardián duerme en su cueva y sus recuerdos se pierden mientras vive
aprisionado”
La princesa
se levantó como un rayo y se acercó a los oídos del viejo y entre susurros lo
mando a descansar “su alma está cansada por lo que ha visto, que descanse hasta
que llegue la noche” dijo a la anciana de su lado; se volteó hacia el escriba y
le dijo: “el guardián es el viejo espíritu del desierto, dicen que mantiene a
los demonios de polvo controlados y en sus cuevas, si algo le ha sucedido, las
rayas no saldrán de bajo la arena, la tormenta no se detendrá nunca si es que
no lo despertamos”.
Los nómades
se miraron los unos a los otros y luego de vuelta a la princesa, el más inquieto
entre ellos se levantó “tienen nuestro refugio y nuestra hospitalidad, pero no
saldremos de la guarida mientras no levante la noche y la música vuelva a
sonar”. Los ojos de la princesa se encendieron y sus guardianes se levantaron
gruñéndole al hombre, asustado el hombre respondió “nuestro poder es simple y
limitado princesa, nuestro deseo puede ser terminar la tormenta pero nuestros
actos no se asemejan a lo necesario”.
El rostro
de la princesa seguía furioso, tendría que buscar al guardián en medio del
desierto, en plena tormenta, los mejores guías estaban aquí y se negaban a
salir de sus guaridas, si es que no lo lograba, las rayas y los grandes
secretos que ellas cuidaban se perderían en el tiempo, solo un recuerdo para
quienes sabrían recordar que alguna vez existieron. Buscó entre los que
escuchaban al escriba y lo vio con ojos fijos en el hombre que había hablado.
Lo observaba
como si hubiera algo más que observar que sólo una cara, luego se volvió a los
rostros de la gente sentada en el círculo. Miró cada uno de los rostros de los
nómades, como si cara rostro contara una historia. Se paró y comenzó a caminar
por el centro de la habitación, sin rumbo alguno. Observaba los dibujos en las
paredes y las telas colgadas del techo, las ropas de los nómades y a la
princesa, hermosa y terrible, en la furia que tantas leyendas había despertado.
Respiró muy profundamente, cerró los ojos, y se puso a escribir.
…
Según lo
que cuentan las historias, el escriba era un mago peculiar, no era el mago más
poderoso o el más conocedor, era un mago que andaba por el mundo conociendo a
personas y ayudando a quien lo necesitase. Su verdadero poder consistía en su
escritura (por eso lo conocían como el escriba), decían que las palabras del
escriba llegaban directamente a la mente de los hombres, lograban inspirar
grandes sueños y levantar los espíritus caídos.
Cuando el
escriba se puso a escribir con los ojos cerrados todos guardaron silencio, la
tormenta se escucho menos intensa y un aire sagrado se comenzó a respirar en la
construcción subterránea. Los glifos de las paredes vibraban y brillaban como
si tuvieran vida propia y los niños de la tribu lloraban desconsolados sin
entender el motivo. Cuando terminó, el escriba dejó caer una lágrima de sus
ojos en el pergamino y se desmayó.
De la
mancha comenzó a levantarse la tinta y si bien todos cuentan que escucharon las
palabras necesarias, nadie tiene claro cuáles fueron o qué es lo que decían. La
princesa contó luego que eran palabras que recordaban a los antiguos, a lo
sagrado, a lo nuevo, al balance, a la tierra y a la Luna. Cuando las paredes
dejaron de retumbar los nómades se levantaron con los ojos libres de miedo y
comenzaron a coger sus herramientas. “excavaremos un túnel hasta el monte donde
descansa el guardián, desde ahí pueden escalar sin nuestra ayuda” dijo el
hombre más inquieto que ahora parecía el más resuelto “antes que termine el
próximo concierto estarán ahí”.
…
“Dejaremos
el carruaje del escriba en las faldas del monte, luego colapsaremos el túnel”
dijo el nómade mientras amarraba al escriba a uno de los caballos de acero.
Señalo un paso “ese camino lleva a una cueva, la cueva sube en espiral detrás
de una piedra que se abre para aquellos que saben abrirla”. Ya a medio camino
las palabras retumbaban aún en la mente de la princesa ¿cómo despertar al escriba? ¿Cómo despertar
al guardián?
Sus guardias
parecían más contentos de caminar en la tormenta con la pared de la montaña, la
subida era empinada, el viento jugaba en su contra y por todo lo que sabía ya
había pasado la cueva. “¿Era necesario que el señorito se desmaye?” preguntó a
sus guardianes, quienes la miraban perplejos “osea, no negaré lo útil del
truco, pero ahora lo tenemos que llevar a ver si el guardián tiene como
despertarlo.”
Luego de un
rato de renegar con el escriba la princesa encontró por fin la cueva, era una
entrada pegada al borde de una pequeña saliente, no era muy espaciosa, pero una
puerta gigante tenía varias runas escritas. “Runas es algo con lo que puedo
lidiar” dijo a sus guardianes, y se puso a leer.
…
En la
cúspide del monte se encontraba la guardiana dormida. Su sonrisa era traviesa,
sus ojos vibraban en un sueño inquieto, parado a su lado estaba un duende rojo,
susurrándole cosas al oído. Al ver a la princesa y sus guardianes comenzó a
correr y abrió sus alas; pero los guardianes de la princesa eran muy rápidos y
uno de ellos lo agarro en el aire y le partió el cuello.
De alguna
forma sabía lo que debía hacer, puso la espada de la guardiana en sus manos y
le ordenó: “tu misión aun no ha terminado”. Los ojos de la guardiana se
abrieron y reconoció a la princesa; la abrazó y agradeció mucho, luego se fijo
en la tormenta que cubría el desierto y comenzó a bailar.
Lo que se
cree de los guardianes de la orden es que hacer cantar y bailar a sus espadas
para el deleite del universo, pero hay mucho poder en su danza; esta era una
danza de furia y el suelo retumbaba con el viento cortado por la espada, como
si toda la furia que el desierto había creado con la tormenta estuviera siendo
repelida por la ira de la guardiana, la tormenta comenzó a disminuir y los
demonios de polvo comenzaron a regresar a los montes.
Cuando la
noche estuvo despejada la princesa se volvió a mirar a la guardiana, una nómade
de ojos lunares, miraba embelesada a la Luna con sus ojos cristalinos, cuando se volteó a mirar
a la princesa sonreía con paz. De pronto miles de rayas salieron de las arenas
y cubrieron el monte saludandolos.
Cuando la
princesa preguntó a la guardiana por el escriba, la guardiana le dijo que había
utilizado más poder de lo que por ahora podía manejar, pero nada que no fuera a
cambiar mientras el escriba siguiera viajando. “despertarlo no debería ser muy
diferente que despertarme a mí, va a estar bien” le dijo mientras se despedía.