miércoles, 5 de abril de 2017

La princesa que camina y el escriba viajero por el desierto (I)

El desierto de los viejos telares es un lugar sagrado del viejo mundo, la leyenda dice que los telares que guían entre las arenas a los viajeros, cuentan en sus viejos escritos los haceres y pasares de quienes dejaron esta guía atrás, se dice que aquellos que poseen ropajes tejidos con ese arte, pueden restaurar sus heridas, calmar su sed y hambre, descansar la mente y vigorizar el cuerpo; además se habla de personas que al susurrar las palabras adecuadas a las telas, te entregan el conocimiento y el legado de quien las tejió.
La tormenta de arena era una de aquellas, tratar de caminar en el desierto era dos pasos adelante y uno atrás, los telares volaban alto en el aire y guiaban el camino; cruzar el desierto nunca había sido tan tedioso… y la tormenta que no bajaba!
La princesa que caminaba sentía toda la fuerza del viento sobre la tela que la protegía, sus guardianes se enterraban en la arena para protegerse, a pesar de la protección de la princesa, avanzar se hacía cada vez más difícil. Viajaba desde lejos para ver las rayas del desierto, las que controlaban las tormentas, su siguiente parada era la ciudad de Maldivia, la Lámpara del Oeste, sin embargo las luces, que antes había visto, no aparecían en el cielo.
De pronto un ruido como un trueno retumbó detrás de ella, giró hacia atrás y vio acercarse entre la tormenta un peculiar carruaje arrastrado por traqueteantes caballos de acero.  Paró al lado de la princesa y se abrió una portezuela, de la que un rostro entre preocupado y sonriente salió gritando: “Entren rápido por favor, me dirijo a la luz del Oeste”.
Los guardianes de la princesa gruñeron inicialmente, pero casi al instante notaron que no había peligro y miraron a su señora esperando autorización; la princesa sonrió y pasó.
“Tú eres el escriba que viaja” dijo la princesa mientras bebía té “escuché de ti”. El escriba dejó su café sobre la mesa de centro y sonrió: “y tú eres la princesa que camina, también escuche de ti”. Estuvieron en silencio un momento más, el desierto tiene esta forma generar un silencio en el alma. Luego echaron a reír, hablaron de la academia de magia, de los mentores y los hombres de ciencia. Entonces conversaron del desierto.
El escriba viajaba para explorar a los moradores del desierto, había leído sobre los hombres de los ojos lunares y las mujeres de las lámparas azules y quería verlos más de cerca, mirando por la ventana del carruaje agregó “Además, era hora de conocer el desierto”. La princesa le contó sobre la interminable tormenta y los peligros que había pasado en el desierto, lo ferales que estaban las criaturas y lo incómodo que parecía sentirse este desierto.
La ayudante del escriba se acercó caminando por distintos recovecos de las paredes trayendo una pieza de papel en su boca, había salido de algún lado y aterrizó en el hombro del escriba. El escriba la acarició y recibió el papel que le había traído: “siempre justo lo que necesito en el momento en que lo necesito” sonreía mientras su ayudante ronroneaba al ser acariciada.
“De acuerdo a estas lecturas, parece que nos hemos desviado un poco de ruta y estamos metidos en plena zona de rayas, sin embargo no he visto una sola”. La princesa extrañada revisó el documento, luego de un rato miró por la ventana y concluyó “es la tormenta”. La princesa sabía que las rayas no eran criaturas como otras, habían tomado el cielo desde el agua, habían aprendido a nadar en la arena y controlar los vientos con su baile; eran de las pocas criaturas de este mundo que podían viajar a otros sin la necesidad de magia. Por alguna razón habían escogido el desierto como hogar y por algún motivo controlaban la ira de las tormentas en esta área, protegían a los secretos del desierto del olvido y la furia del tiempo; y si las tormentas no se detenían, tribus circundantes desaparecerían.
El escriba encendió alguno de los juguetes que tenía guardados dentro de su manto y se puso a calcular la dirección del campamento nómade más cercano, “la tormenta nos obliga a navegar sin cielo, por suerte existen otros ojos que podemos abrir”. Cuando llegaron al campamento, la tormenta rugía con la mayor intensidad.
Los nómades de ojos lunares se mudaron a las afueras del desierto hace mucho tiempo, llegaron con sus cantos y la sed por la Luna que, de acuerdo a ellos, sólo se puede ver realmente en las noches del desierto, cosa con la que el escriba parecía estar de acuerdo. Para sobrevivir en el clima desolado y cruel del desierto olvidado aprendieron a vivir bajo tierra, aprendieron a excavar con sus garras y picas. Este campamento tenía una entrada debajo de una piedra que llevaba a una enterrada construcción de los antiguos. El escriba cubrió la carreta y descendieron.
 “La noche nos elude” decía el viejo del centro “, esta tormenta no deja de rugir desde hace muchos conciertos… (Los observadores de la Luna miden el tiempo entre noche y noche en función de medidas musicales – dijo el escriba al oído de la princesa –, pareciera que la tormenta tiene semanas sin cambiar.)… nuestros cantares callan ante su fuerza y las bailarinas del viento temen los gritos de los demonios del polvo, el guardián duerme en su cueva y sus recuerdos se pierden mientras vive aprisionado”
La princesa se levantó como un rayo y se acercó a los oídos del viejo y entre susurros lo mando a descansar “su alma está cansada por lo que ha visto, que descanse hasta que llegue la noche” dijo a la anciana de su lado; se volteó hacia el escriba y le dijo: “el guardián es el viejo espíritu del desierto, dicen que mantiene a los demonios de polvo controlados y en sus cuevas, si algo le ha sucedido, las rayas no saldrán de bajo la arena, la tormenta no se detendrá nunca si es que no lo despertamos”.
Los nómades se miraron los unos a los otros y luego de vuelta a la princesa, el más inquieto entre ellos se levantó “tienen nuestro refugio y nuestra hospitalidad, pero no saldremos de la guarida mientras no levante la noche y la música vuelva a sonar”. Los ojos de la princesa se encendieron y sus guardianes se levantaron gruñéndole al hombre, asustado el hombre respondió “nuestro poder es simple y limitado princesa, nuestro deseo puede ser terminar la tormenta pero nuestros actos no se asemejan a lo necesario”.
El rostro de la princesa seguía furioso, tendría que buscar al guardián en medio del desierto, en plena tormenta, los mejores guías estaban aquí y se negaban a salir de sus guaridas, si es que no lo lograba, las rayas y los grandes secretos que ellas cuidaban se perderían en el tiempo, solo un recuerdo para quienes sabrían recordar que alguna vez existieron. Buscó entre los que escuchaban al escriba y lo vio con ojos fijos en el hombre que había hablado.
Lo observaba como si hubiera algo más que observar que sólo una cara, luego se volvió a los rostros de la gente sentada en el círculo. Miró cada uno de los rostros de los nómades, como si cara rostro contara una historia. Se paró y comenzó a caminar por el centro de la habitación, sin rumbo alguno. Observaba los dibujos en las paredes y las telas colgadas del techo, las ropas de los nómades y a la princesa, hermosa y terrible, en la furia que tantas leyendas había despertado. Respiró muy profundamente, cerró los ojos, y se puso a escribir.
Según lo que cuentan las historias, el escriba era un mago peculiar, no era el mago más poderoso o el más conocedor, era un mago que andaba por el mundo conociendo a personas y ayudando a quien lo necesitase. Su verdadero poder consistía en su escritura (por eso lo conocían como el escriba), decían que las palabras del escriba llegaban directamente a la mente de los hombres, lograban inspirar grandes sueños y levantar los espíritus caídos.
Cuando el escriba se puso a escribir con los ojos cerrados todos guardaron silencio, la tormenta se escucho menos intensa y un aire sagrado se comenzó a respirar en la construcción subterránea. Los glifos de las paredes vibraban y brillaban como si tuvieran vida propia y los niños de la tribu lloraban desconsolados sin entender el motivo. Cuando terminó, el escriba dejó caer una lágrima de sus ojos en el pergamino y se desmayó.
De la mancha comenzó a levantarse la tinta y si bien todos cuentan que escucharon las palabras necesarias, nadie tiene claro cuáles fueron o qué es lo que decían. La princesa contó luego que eran palabras que recordaban a los antiguos, a lo sagrado, a lo nuevo, al balance, a la tierra y a la Luna. Cuando las paredes dejaron de retumbar los nómades se levantaron con los ojos libres de miedo y comenzaron a coger sus herramientas. “excavaremos un túnel hasta el monte donde descansa el guardián, desde ahí pueden escalar sin nuestra ayuda” dijo el hombre más inquieto que ahora parecía el más resuelto “antes que termine el próximo concierto estarán ahí”.
“Dejaremos el carruaje del escriba en las faldas del monte, luego colapsaremos el túnel” dijo el nómade mientras amarraba al escriba a uno de los caballos de acero. Señalo un paso “ese camino lleva a una cueva, la cueva sube en espiral detrás de una piedra que se abre para aquellos que saben abrirla”. Ya a medio camino las palabras retumbaban aún en la mente de la princesa  ¿cómo despertar al escriba? ¿Cómo despertar al guardián?
Sus guardias parecían más contentos de caminar en la tormenta con la pared de la montaña, la subida era empinada, el viento jugaba en su contra y por todo lo que sabía ya había pasado la cueva. “¿Era necesario que el señorito se desmaye?” preguntó a sus guardianes, quienes la miraban perplejos “osea, no negaré lo útil del truco, pero ahora lo tenemos que llevar a ver si el guardián tiene como despertarlo.”
Luego de un rato de renegar con el escriba la princesa encontró por fin la cueva, era una entrada pegada al borde de una pequeña saliente, no era muy espaciosa, pero una puerta gigante tenía varias runas escritas. “Runas es algo con lo que puedo lidiar” dijo a sus guardianes, y se puso a leer.
En la cúspide del monte se encontraba la guardiana dormida. Su sonrisa era traviesa, sus ojos vibraban en un sueño inquieto, parado a su lado estaba un duende rojo, susurrándole cosas al oído. Al ver a la princesa y sus guardianes comenzó a correr y abrió sus alas; pero los guardianes de la princesa eran muy rápidos y uno de ellos lo agarro en el aire y le partió el cuello.
De alguna forma sabía lo que debía hacer, puso la espada de la guardiana en sus manos y le ordenó: “tu misión aun no ha terminado”. Los ojos de la guardiana se abrieron y reconoció a la princesa; la abrazó y agradeció mucho, luego se fijo en la tormenta que cubría el desierto y comenzó a bailar.
Lo que se cree de los guardianes de la orden es que hacer cantar y bailar a sus espadas para el deleite del universo, pero hay mucho poder en su danza; esta era una danza de furia y el suelo retumbaba con el viento cortado por la espada, como si toda la furia que el desierto había creado con la tormenta estuviera siendo repelida por la ira de la guardiana, la tormenta comenzó a disminuir y los demonios de polvo comenzaron a regresar a los montes.
Cuando la noche estuvo despejada la princesa se volvió a mirar a la guardiana, una nómade de ojos lunares, miraba embelesada a la Luna con sus ojos cristalinos, cuando se volteó a mirar a la princesa sonreía con paz. De pronto miles de rayas salieron de las arenas y cubrieron el monte saludandolos.

Cuando la princesa preguntó a la guardiana por el escriba, la guardiana le dijo que había utilizado más poder de lo que por ahora podía manejar, pero nada que no fuera a cambiar mientras el escriba siguiera viajando. “despertarlo no debería ser muy diferente que despertarme a mí, va a estar bien” le dijo mientras se despedía.